viernes, 2 de septiembre de 2011

El hombre en la arena

La contradicción es parte de ser humano. Moverse o quedarse estático son caras de la misma moneda. Ninguna de estas opciones tiene un mejor pedigrí que la otra. Son momentos que forman parte de la ruta que construye cada uno. La conciencia de cada quién debe permitir decidir si en un momento es apropiada la quietud o la movilidad, no el dedo de la masa o el gesto del extraño. En el momento en que se tome la decisión en favor de la acción, hay que acometer la acción con corage y entrega, para luego acometer la quietud con igual corage y entrega... y en ocasiones hasta con mayor esfuerzo.

A continuación, un aparte del discurso de Theodore Roosevelt, presidente norteamericano de principios del siglo XX, ante la comunidad académica de la Sorbona en 1910.
No es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza o el que indica a quien hace las cosas, en qué cuestiones podría haberlas hecho mejor.
El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin defectos.
El que cuenta es el que de hecho lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa noble, el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la victoria como la derrota.
              Theodore Roosevelt, Presidente Estadounidense (1858- 1919)

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